El nombre es importante. Parte I


2018-09-26 |  El nombre que ponemos a nuestros hijos los define, los identifica y los representa socialmente


Sixto Porras*

Una de las más bellas ilusiones al esperar la llegada de un bebé, es elegir su nombre. Aunque en principio el nombre solo sea un sonido articulado, puede marcar la personalidad y el destino de nuestros hijos.

El nombre que ponemos a nuestros hijos los define, los identifica y los representa socialmente; así será llamado, conocido y recordado, y a la vez, será una manera de anticipar el futuro que vivirá. El nombre tiene el poder de comunicar un significado de vida. Por eso, no podemos ponerlo a la ligera y por razones como la tradición o el capricho.

Los dos propósitos del nombre según la tradición judía

En la tradición judía, el nombre tiene dos propósitos. Por un lado, representa la esencia de lo que significa el hijo que va a nacer. Para los judíos, el nombre es la llave para conocer el alma de la persona. Lo que somos en esencia, es la suma de todos aquellos elementos que nos ayudan a construir nuestra identidad; dentro de ellos, el nombre.

Ahora bien, no significa que nuestro nombre determina nuestro futuro, pero sí que contribuye significativamente a la construcción de nuestra identidad.

El segundo propósito del nombre, según la tradición judía, es que representa la historia que la persona va a vivir; representa algo de lo que será y hará en el futuro. Es como si la forma en la que fuimos nombrados nos señalara un camino; según es el nombre, así serán también sus acciones. Nuestro nombre nos impulsa a la conquista del futuro descrito en él, por eso los padres lo deben elegir con gran sensibilidad espiritual.

La forma en la que Dios nombra

Quien nos modela la forma adecuada de cómo debemos nombrar a nuestros hijos, es Dios. Él elije los nombres con un propósito y con sentido de misión, y lo hace para identificar a la persona con lo que es y lo que hará. Es así como se explica en Génesis 17:

“Al oír eso, Abram cayó rostro en tierra. Después Dios le dijo: «Este es mi pacto contigo: ¡te haré el padre de una multitud de naciones! Además, cambiaré tu nombre. Ya no será Abram, sino que te llamarás Abraham, porque serás el padre de muchas naciones. Te haré sumamente fructífero. Tus descendientes llegarán a ser muchas naciones, ¡y de ellos surgirán reyes!” (Génesis 17: 3-6, NTV)

Dios cambia el nombre de Abraham para que su nueva identidad esté fundamentada en la promesa, y para que al escuchar su nombre, todo su ser recuerde lo que pronto llegaría a ser. Pero la misión encomendada a Abraham, alcanza también a su esposa Sara. Por eso Dios le dice a Abraham:

 “Con respecto a Sarai, tu esposa, su nombre no será más Sarai. A partir de ahora, se llamará Sara. Y yo la bendeciré, ¡y te daré un hijo varón por medio de ella! Sí, la bendeciré en abundancia, y llegará a ser la madre de muchas naciones. Entre sus descendientes, habrá reyes de naciones.” (Génesis 17: 15-16, NTV)

El nombre tal y como lo expresa el Señor, implica bendición, por eso le ordena a Abraham que ya no le llame Sarai, sino que de ahora en adelante le llame Sara porque será madre de multitudes. Lo que Dios está haciendo es determinando una nueva identidad para Abraham y Sara por medio de sus nuevos nombres.

Esta es la actitud que debemos tener a la hora de elegir el nombre de nuestros hijos; no son solamente vocablos, son palabras que anuncian lo que un día harán y lo que son hoy.

Podemos concluir que el nombre de nuestros hijos es como un mensaje profético que anticipa su destino, contribuye en la construcción de su carácter y define su identidad. Por lo tanto, merece una adecuada reflexión e intencionalidad. Le doy algunas recomendaciones:

1. Si elige el nombre de su hijo para honrar a una persona, asegúrese de que sea una poderosa fuente de inspiración para él

Muchas veces escogemos el nombre de una persona importante en la familia para darle honor al legado que ha dejado, sea este el abuelo, el padre, o bien, la madre. De esta forma, la vida de nuestro hijo quedará ligada a esta persona, porque al crecer tendrá que explicar que su nombre es en honor a alguien más. Conectar a un niño con una persona del pasado es algo que debemos pensar muy bien, porque debe ser una persona que le inspire en el futuro.

2. Elija un nombre que intencionalmente invite a su hijo a desarrollar su potencial en el futuro

Los nombres significan historias por contar, libros por escribir, poemas por declamar. Si entendemos su importancia, debemos elegirlos de tal manera que aporten lo mejor a nuestros hijos, para que se sientan inspirados a vivir lo que sus nombres significan.

Bien lo expone el Salmo 139: “Señor, tú me examinas, tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda (…) Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. (…) 16 Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos. 17 ¡Cuán preciosos, oh Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! “(Salmo 139 1-4,13-17, NVI)

Dios nos conoce aun antes de que existiéramos, contó nuestros días, nos entretejió con amor eterno y determinó el propósito para el cual quería que viviéramos. Cada uno de nosotros debe hacer honor al nombre que lleva y poner en alto el propósito para el cual ha sido creado por Dios. Si Dios ha cuidado cada detalle, igual debemos hacerlo nosotros con la vida de nuestros hijos. Por eso, los nombres se eligen con sentido de propósito.

 

 

 *Sixto Porras. Director Regional de Enfoque a la Familia. Autor de los libros: «Amor, Sexo y Noviazgo», «De Regreso a Casa», «Hijos Exitosos» y «El Lenguaje del Perdón». Coautor de: «Traigamos a los pródigos de regreso al hogar» y «Meditaciones en Familia». Esposo de Helen, y padre de Daniel y Esteban. Su pasión es ayudar a las familias a mejorar.