2018-09-18 | A partir del “sí acepto” en la presencia de Dios, su primera familia son ustedes dos
Sebastián Golluscio*
(Adaptado del libro “Decálogo para recién casados”)
“Dejar” significa muchísimo más que simplemente irse de la casa de nuestros padres y no depender más de ellos en lo económico. Claro que eso también está implícito en el “dejar”. Pero “dejar” trasciende las cuestiones físicas y materiales. Dejar implica “romper el cordón umbilical”, es decir, cortar la dependencia de los padres.
“Dejar” es, principalmente, asumir que desde el día en que se casaron ustedes dos son una nueva familia. Formaron un nuevo núcleo familiar. Sus padres, hermanos, primos, tíos y demás parientes seguirán siendo sus familiares y, obviamente, deben amarlos y respetarlos. Pero a partir del “sí acepto” en la presencia de Dios, su primera familia son ustedes dos.
En su escala de prioridades jamás su mamá, ni su papá ni ninguna persona debería ocupar el lugar de su cónyuge. Por esto les comparto tres decisiones que deben tomar, que los ayudarán a “dejar”:
1. Establezcan límites
Por naturaleza los padres son protectores. Aún más si nos casamos jóvenes; ellos aún nos verán “tiernos” e inexpertos en la vida. Querrán ayudarnos, enseñarnos y guiarnos. Por eso, es normal que nos saturen de consejos y sintamos que intervienen más de lo que debieran.
Sin embargo, el esfuerzo por “dejar” lo tienen que hacer los recién casados. Es probable que sus padres pretendan que los visiten todos los fines de semana (o todos los días). No les extrañe que más adelante quieran elegir el nombre de sus hijos, la escuela a la que deben asistir, y que opinen acerca de cada decisión que tomen en la vida. Nuevamente, no lo hacen con una mala intención. La clave es que ustedes les den señales claras de que ahora están por su cuenta; de aquí en adelante esta es su familia, su vida y sus decisiones.
Esto no significa hacer oídos sordos a todo lo que sus papás les digan. Los padres son un regalo de Dios y muchas veces él los usará para guiarlos con sabiduría.
2. Creen su propia fusión de estilos
En el ámbito musical se habla de “fusión de estilos”. El reggaetón, por ejemplo, es una mezcla del reggae de Jamaica y el hip hop de los suburbios de Nueva York. En el tango, se une la música de la cultura gauchesca con sonidos traídos de Europa y de África. Y, así, cada nuevo estilo musical que se inventa es producto de la fusión de dos o más estilos preexistentes.
Lo mismo pasa con las familias. Al fundar un nuevo hogar, fusionamos dos “estilos familiares” que al principio pueden parecer irreconciliables. Pero de esa fusión surge un nuevo patrón familiar, una nueva identidad, nuevos códigos, nuevas formas de hacer las cosas, nuevos hábitos, nuevas maneras de comunicarse y de “ser familia”. Así debería funcionar; lejos de ser algo traumático debe convertirse en un proceso creativo.
Pongamos un ejemplo doméstico sencillo: si en su casa uno de ustedes colgaba el cepillo de dientes en esos accesorios de baño que se usan para depositar los cepillos, y el otro lo dejaba apoyado sobre la mesa, no se peleen por “cuál es la forma correcta de dejar el cepillo de dientes en el baño”.
En vez de pelearse, usen esa energía para buscar una solución creativa. No digan “en mi casa lo hacíamos así y seguirá siendo así”. Recuerden que tiene que “dejar”. Pueden seguir apoyando el cepillo de dientes cada uno donde quiera, sin que les afecte en lo más mínimo. Y si les afecta, pueden buscar una tercera alternativa.
Este ejemplo les puede sonar trivial, pero la mayoría de los conflictos de los recién casados giran en torno a estos roces cotidianos de la convivencia. Sencillamente, se trata de encontrar su estilo familiar propio.
El punto es que cada uno tiene que ceder en algo para encontrar juntos su estilo familiar propio. Este es un proceso que dura toda la vida, pero que demanda de un esfuerzo extra en el primer tiempo de casados.
3. Reconozcan lo que cada uno trae en su “mochila”
“Dejar” también significa renunciar a la herencia negativa que los pueda condicionar, y escribir una historia diferente para sus hijos. En la “mochila” de vivencias familiares que arrastramos al matrimonio hay de todo: cosas lindas y otras no tanto.
Al poco tiempo de estar casados, viajamos con Valeria a San Martín de los Andes, una ciudad en el sur de la Argentina. Yo estuve todo el viaje planificando la última noche de nuestras vacaciones con mucho esmero; iba a invitarla a cenar a un restaurante selecto de aquel pueblo. Así que, cuando llegó el día esperado, nos vestimos lindos, nos perfumamos y salimos a disfrutar de nuestra cena de despedida de vacaciones.
Todo transcurría según lo había programado, solo que cuando llegamos a la puerta del restaurante elegido, a Valeria se le ocurrió decirme “No me gusta este restaurante”. Confieso que me enojé bastante y terminamos la noche comiendo amargados en un lugar lúgubre, que no nos gustaba a ninguno de los dos. Al regresar a la cabaña donde nos alojábamos, nos reconciliamos. Sin embargo, me quedé intrigado por mi reacción… ¿Por qué me había afectado tanto que Valeria rechazara mi restaurante? Luego de meditar un rato, y con la ayuda de Dios, pude entenderlo.
Resulta que mi papá es muy entendido en temas gastronómicos. Es un emérito conocedor de restaurantes, pizzerías, confiterías, y demás lugares dónde se come bien. Así que en mi casa, a la hora de elegir un lugar a dónde ir a comer algo rico, no cabía duda de que él era el encargado de guiarnos a todos. Jamás vi a mi mamá objetando a mi papá por su elección de restaurantes. Y por esas asociaciones extrañas que hace nuestra mente, yo había codificado que parte de la responsabilidad de todo esposo era elegir buenos restaurantes. Así que cuando Valeria se atrevió a decirme que no le gustaba el restaurante, yo sentí que atacaba mi masculinidad, mi hombría y mi rol de esposo.
En ese viaje entendí que dejar también implicaba cortar con patrones de conducta que, aunque no sean necesariamente malos, quizás no funcionan en esta “fusión de estilos” que es mi nueva familia. Quizás les funcionaban de maravilla a mis padres, pero resulta que Valeria, no es mi mamá, ni yo, mi papá.
Cuesta tiempo entenderlo. Aún hoy en día, con dieciséis años de casado, sigo encontrando muchísimas cosas de mi papá dentro de mí. Y de nuevo, no me refiero a cosas malas, gracias a Dios tuve una papá excelente. Me refiero a cosas buenas o neutras que traje al matrimonio dentro de mi mochila, pero que me doy cuenta de que no funcionan en la nueva familia que hoy conformamos con Valeria.
*Sebastián Golluscio es Licenciado en Teología y Filosofía. Su trabajo está enfocado en la edificación de noviazgos, matrimonios y familias saludables. Hace dieciséis años que está felizmente casado con Valeria y tiene tres hermosos hijos: Ezequiel, Milagros y Victoria.