2017-09-08 | Cuando alineamos nuestras prioridades con las prioridades de Dios, eso redunda en bendición, tanto en casa como en el trabajo.
Sebastián Golluscio*
Orientador Familiar
Familia vs. trabajo**
Jorge es empleado administrativo de una empresa textil. Está casado con Sonia y tienen dos hijos en edad escolar. Tienen una hipoteca por pagar que representa más del 40 % de sus ingresos mensuales. El jefe de Jorge es muy demandante. Varias veces a la semana Jorge se queda horas extras en la oficina, no solo para no perder competitividad laboral, sino sobre todo para poder cubrir su abultado presupuesto mensual. Su esposa vive reprochándole el poco tiempo que está en casa, a lo que Jorge responde: “¡No te das cuenta que lo hago por ustedes!”
Sonia está bastante cansada de esta situación. Lo que más le molesta es que, aun cuando su marido está físicamente presente en el hogar, mentalmente pareciera ausente. Los fines de semana Jorge vive pensando en lo que le espera el lunes en la oficina, y revisa varias veces su casilla de emails para enterarse de las novedades del trabajo. Por su parte, Sonia también trabaja con esmero. Como ama de casa, su jornada laboral se reparte en múltiples quehaceres domésticos: lavar, planchar, cocinar, ordenar, administrar, comprar, cocer, fregar, etc. Quiere que todo el hogar funcione a la perfección, y es bastante obsesiva con el orden. Muchas veces Jorge le reprocha que ella está tan ausente de su familia como él, a lo que Sonia responde: “¡No te das cuenta que lo hago por ustedes!”
Jorge y Sonia sienten que el trabajo y la familia están compitiendo por su atención. Y la sensación que tienen es que el trabajo siempre gana. Jorge siente la soga en el cuello. De un lado, tira su jefe y del otro su esposa. Si bien sus hijos son aún pequeños para expresar sus expectativas, recientemente el mayor le hizo saber su descontento. Por un compromiso laboral Jorge no pudo asistir al acto del 25 de Mayo, en el que su hijo actuaba de vendedor de velas. Esa noche fue recibido por su hijo con “velazo”, que impactó de lleno en su mejilla. Jorge se río, su hijo también, pero detrás de esa risita infantil era evidente que se escondía un profundo reproche.
A esta altura de su vida, Jorge ya está convirtiéndose en un experto en el arte de apagar el incendio más apremiante. Lo único que tiene que hacer es escuchar la rueda que “más chilla”. Si escucha el “chillido” en el trabajo, corre con urgencia, alma y agenda hacia ese lado. ¡Obviamente su familia no va a dejarse ganar así de fácil! Con el tiempo, la familia de Jorge aprendió que la única forma de atraer su atención es creando una crisis muchísimo más grande. Y cuando a fuerza de “velazos” Jorge se da cuenta de que ahora el incendio lo tiene del lado de su familia, corre en esa dirección, para tratar al menos de apaciguar las llamas.
Seguro conoce esta historia. Muchísimas personas viven debatiéndose entre las demandas del trabajo y las del hogar, y fuera de probar con la técnica de atender el mayor “chillido”, la gran mayoría no sabe cómo resolver el dilema. Por un lado se plantean, y con razón, “ser un buen esposo o esposa y padre o madre significa, entre otras cosas, proveer para mi familia y atender los quehaceres del hogar” ¡Claro que sí! El problema es que nos desbalanceamos. Solemos olvidar que una cosa está al servicio de la otra. El trabajo está al servicio del disfrute familiar, no al revés. ¡Cuántas personas sacrifican a su familia en el altar de su éxito laboral!
Déjeme compartirle algunos principios que pueden ayudarle a encontrar equilibrio:
1. En casa soy irremplazable, en el trabajo no
Sea cual sea la responsabilidad que tenga en su trabajo siempre va a haber alguien que pueda hacer el trabajo que usted hace., y aún mejor. Llegará el día en que se retire, le despidan, o renuncie, y deje la oficina. ¿Dónde va a ir? ¡A su casa! Ahí sí no hay nadie que pueda ocupar su rol de esposo/a, padre o madre.
2. Tengo que trabajar para sostener a mi familia, no para sostener mi ego
Claro que el trabajo es mucho más que un medio de vida. Cuando responde a una verdadera vocación se convierte en una fuente de realización, y está bien que sea así. No está mal aspirar a progresar en el trabajo. El problema aparece cuando ese afán por crecer laboralmente pasa a ocupar el lugar prioritario que debería tener mi familia. Cuando esto ocurre, en realidad lo que estoy poniendo en primer lugar no es el trabajo sino mi ego.
3. A mi familia le importa mi horario, no mis buenas intenciones
La única manera objetiva de comprobar si algo es realmente prioritario en la vida de una persona es analizando su agenda. Las buenas intenciones no sirven. Frases como “mi amor, vos conocés mi corazón” no reemplazan la ausencia física. Por eso, necesitamos dejar de lado las excusas piadosas y empezar a amar a nuestra familia de hecho, no de palabra. Y esto significa estar, con cuerpo y mente.
4. Tengo que establecer puntos no negociables
Si bien estar con la familia es lo que más se disfruta en la vida, hay que tomar en cuenta que el ser humano tiene una capacidad increíble de autosabotaje. Si no se establecen puntos no negociables es muy probable que la persona se encuentre enredada en un sinfín de compromisos, que le roban tiempo a su familia. Por eso, tengo que aprender a decir “no”. Quizás tenga que decir “no es opción no tener un día familiar de descanso”, o “no es opción perderme los eventos deportivos de mis hijos”, o “no es opción no celebrar mi aniversario de bodas”.
Dios creó el trabajo y la familia para que coexistan de manera pacífica. Cuando alineamos nuestras prioridades con las prioridades de Dios, eso redunda en bendición, tanto en casa como en el trabajo. ¡Le animo a que lo pruebe!
*Sebastián Golluscio es Licenciado en Teología y Filosofía. Autor de los libros: «El pequeño manual para novios», «Decálogo para recién casados», y «El poder de la adoración comunitaria». Su trabajo está enfocado en la edificación de noviazgos, matrimonios y familias saludables. Hace dieciséis años que está casado con Valeria y tiene tres hijos: Ezequiel, Milagros y Victoria.