2020-11-24 | (Adicciones, Prioridades)
Por Betsy Gómez
Un tiempo atrás, estaba orando como el salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos” (Salmo 139:23). Estaba pidiéndole a Dios que me mostrara cómo estaba mi caminar delante de Él, y mientras también meditaba en el contenido de un programa del ministerio de Aviva Nuestros Corazones titulado “Cómo evitar la atadura de la adicción” fui muy confrontada. Allí también decía que muchas veces aquellos que son adictos no pueden darse cuenta de su condición.
Me fui a la cama y en la quietud de la noche sin poder dormir, me di cuenta de que recientemente mi vida ha estado muy centrada en mi celular, y que me he vuelto adicta a las conversaciones en Whatsapp, las discusiones en los grupos, a las notificaciones de Facebook, Twitter…
Pude verme, mientras jugaba con mis hijos o almorzaba en familia, con el celular muy cerca; yendo a todas partes con él, ¡literalmente a todas! En ocasiones me encontraba usándolo al manejar y frecuentemente deteniendo el vehículo para contestar algo u opinar acerca de un tema. También me encontré tomándolo constantemente en los momentos libres, no porque hubiera sonado, sino porque quería saber si me había perdido de algo.
Aunque no me concentraba en aquello realmente importante, me mantenía actualizada de las fotos de mis amigos y aun de personas que ni conozco. Me di cuenta de que estaba perdiendo el interés en establecer conversaciones reales con la gente que amo, porque resultaba más fácil chatear, dar un “me gusta” o comentar. Al final terminaba sintiéndome tan saturada e intoxicada, con mil historias en mi mente para darle seguimiento y con las cuales estar conectada.
No creo que el problema sean las redes sociales, pues, como decimos en mi país, “la fiebre no está en la sábana”. Cuando las redes son bien utilizadas, resultan de gran beneficio (¡es muy probable que llegaste a este artículo por las mismas redes!). Sin embargo, debemos aprender a hacer un buen uso de las mismas. Si no lo hacemos, puede que lo mejor es que dejemos de usarlas.
¿Dónde está el problema real, entonces? Está en mí y en mi corazón, que no anhela a Dios por encima de estas cosas. Sin darnos cuenta, si bien encontramos un deleite real y profundo en Dios y su evangelio, dejamos que placeres efímeros de la carne nublen Su grandeza en estas vidas.
Hoy deseo, cual David, decirle a Dios:
“Oh Dios, Tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de Ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua”, Salmos 63:1.
Doy gracias a Dios que el evangelio me permite saber que Dios ama cada área de mi vida, no solo un compartimiento para los domingos. Ese mismo evangelio también dice que mis pecados han sido perdonados por la muerte de Cristo, y que ahora el Espíritu Santo que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en mí y me capacita para vivir una vida plena en Él (Romanos 8:9-11).
Con el propósito de regresar a mi vida real y disfrutar de mis momentos “aquí” y “ahora”, así como para enseñar a mis hijos que debemos derribar los ídolos que levantamos, y enfocarme en una relación más íntima con el Señor y con las personas que amo, he decidido apagar la data de mi celular y establecer horarios; fijando una cantidad de tiempo específica para usar las redes y revisar mis correos.
Recordemos que la Palabra nos dice:
“Todas las cosas me son lícitas, pero no todas son de provecho. Todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna”, 1 Corintios 6:12.
Para reflexionar: Si alguien monitorea aquellas cosas sin las cuales “no puedes vivir”, o que necesitas a cada instante, ¿cuáles serían los resultados? ¿Te habías dado cuenta de que puede estarse tratando de una adicción?