2017-09-08 | La verdadera intimidad no es automática, se debe procurar. Es el resultado de algo que intencionalmente se busca.
Sixto Porras*
Director Regional de Enfoque a la Familia
Cantar de los Cantares es una compilación de los poemas más románticos de la historia. Uno de ellos dice: «Ven a mi jardín, amado mío; saborea sus mejores frutos». «Tú eres mi jardín privado, tesoro mío, esposa mía, un manantial apartado, una fuente escondida».
Más allá de la metáfora sobre la intimidad sexual entre los esposos, este verso describe el lugar que la pareja debe construir. Después de una larga jornada, después de una mala noticia, o incluso, después de dolorosos recuerdos, ese jardín cerrado, íntimo y seguro, puede convertirse en una de nuestras mejores fuentes de fuerza, alegría y ternura para volver a empezar la historia, la vida o el día.
El jardín privado que nos invita a descansar, donde podemos ser nosotros mismos y crecer a partir de las caricias, las palabras de ánimo y la comprensión de quien nos ama, se llama intimidad. La intimidad se ha circunscrito principalmente al aspecto sexual, pero más bien una buena, agradable y satisfactoria relación sexual, es producto de una verdadera intimidad. Para esto necesito conocer, aceptar, respetar, amar y valorar a mi cónyuge.
La intimidad se refiere a una aceptación mutua, y esta aceptación solo emerge de una admiración que debe cultivarse. Si se quiere tener verdadera intimidad con otra persona se debe desarrollar una fuerte amistad. Un amigo es quien acepta a la otra persona tal cual es; es con quien se desea estar porque existe una relación de aceptación mutua, de admiración y respeto. Un amigo es alguien a quien se espera, es la persona con la que se puede hablar con libertad y sin miedo a ser juzgado. Este es el inicio de una verdadera intimidad.
¿Qué tipo de amistad promueve el amor?
La que implica una desinteresada dedicación a la felicidad del cónyuge, sin perder la propia identidad, individualidad y valoración. Dar no es anularse, es sinónimo de identificación, aprecio, comprensión y valoración.
El amor nace como una atracción, crece como un sentimiento y se sostiene en el tiempo como un ejercicio de la voluntad. No es amor si solo son palabras y no hay sacrificio; no es amor si es egoísta; es amor si se toma el tiempo para conocer a la otra persona, se acepta, se valora y se le aprecia. Es así como crece la verdadera intimidad, ese deseo de tratarle como se trata al mejor amigo o amiga, porque se desea que la persona a quien se ama sea exactamente eso: el mejor amigo o amiga.
Intimidad es más que estar juntos, es más que estar casados. La intimidad es el ejercicio voluntario de querer estar cerca del corazón de la persona amada. De desear valorarle por lo que es y de querer agradarle con hechos. Es el deseo sincero de que sea feliz.
¿Qué destruye la intimidad?
Las palabras hirientes y de descalificación.
La burla y el sarcasmo.
El ignorar a la pareja.
El silencio que pretende castigar.
La comparación.
El obligar a la otra persona a hacer cosas que no desea hacer, a través de la manipulación o la imposición.
Recriminar el pasado.
La crítica constante.
¿Qué hace crecer la intimidad?
Ser detallista (¿qué significa ser detallista? ¡preguntarle a quien ama!)
La palabra amable.
Ser tratado como se trata a un amigo.
El diálogo sincero y personal.
Expresar a la otra persona el amor con palabras.
Valorar a la otra persona y demostrarlo.
Escuchar y ser escuchado.
Pasar tiempo juntos.
Cultivar la confianza.
La verdadera intimidad no es automática, el hecho de haberse casado no significa que el romanticismo brotará naturalmente. La intimidad se debe procurar, es el resultado de algo que intencionalmente se busca; es una elección.
El otro día leí la entrevista que la periodista Celesta Rodas le hizo a un famoso guitarrista, y en su respuesta deja ver lo que verdaderamente significa intimidad en el matrimonio y cómo se puede desarrollar. –Siempre habla de su «Chocolate», su esposa Deborah. ¿Cómo se conocieron y qué le gustó de ella? Él expresó:
«Hay dos versiones de cómo nos conocimos. La mía es que ella me siguió, y la de ella, es que yo fui quien la seguí. Estábamos en un concierto, cuando la vi todo lo demás desapareció, y frente a mí sólo quedó esa chica “chocolate” divina.»
Además de que tenemos gustos similares, nuestro pasado tiene muchas similitudes. Mi padre tocaba el violín y el padre de ella era músico. Sus padres cumplieron cincuenta y tres años de casados, los míos, sesenta. Por eso no es de extrañar que nosotros llevemos treinta. En nuestras familias el matrimonio es algo sólido, no cambiamos de mujeres como cambiar de carro o de camisa».
No hay nada más elegante que escuchar a un caballero hablar bien de su cónyuge, y aun con el paso del tiempo le llama cariñosamente «mi chocolate». No es de extrañar que haya confianza, cercanía y amistad cuando se llega a comprender que la relación no nació para ser circunstancial o emocional, sino que se sostiene en el tiempo con la certeza de que es para toda la vida. No significa que es fácil, significa que existe amor.
* Sixto Porras. Director Regional de Enfoque a la Familia. Autor de los libros: «Amor, Sexo y Noviazgo», «De Regreso a Casa», y «El Lenguaje del Perdón». Coautor de: «Traigamos a los pródigos de regreso al hogar» y «Meditaciones en Familia». Esposo de Helen, y padre de Daniel y Esteban. Su pasión es ayudar a las familias a mejorar.