2017-09-08 | Aprendí a buscar a Dios en la intimidad porque lo vi primero en mis padres.
Sixto Porras*
Director Regional de Enfoque a la Familia
Recuerdo que cuando era niño me sentaba a escuchar a mis padres leer la Biblia en un corto tiempo que como familia dedicábamos a la búsqueda de Dios. Pero aún más, recuerdo que mi mamá nos sentaba en sus piernas y nos leía una Biblia ilustrada con lecciones cortas. Los domingos íbamos juntos como familia a la Iglesia, y las lecciones que nos enseñaban iban marcando nuestro destino. Aprendí a buscar a Dios en la intimidad porque lo vi primero en mis padres. No era religión o rito, era una auténtica experiencia espiritual.
Cuando los padres toman tiempo para enseñar a sus hijos un genuino amor por Dios, están protegiendo sus corazones e invitándolos a elegir el mejor camino cuando crezcan.
La enseñanza espiritual es el mejor fundamento sobre el cual pueden crecer nuestros hijos, ya que les posibilita conocer el código ético y moral que ha inspirado a las grandes civilizaciones. Nadie puede alcanzar el éxito si no tiene un buen fundamento ético y moral que lo guíe; esto solo se logra cuando desde niños somos instruidos en valores y principios espirituales.
La Palabra de Dios sembrada en el corazón de un niño nunca regresará vacía, sino que guiará al niño por el camino correcto; le servirá de norma de conducta, de fuente de inspiración y sobre todo, le enseñará el camino para acudir a Dios cuando más lo necesite.
Los hijos que al crecer recuerdan a sus padres orar por ellos, se sienten seguros y saben que Dios tiene planes con ellos en el futuro. Por eso, insista en orar por sus hijos y tome tiempo para bendecirlos.
Aún recuerdo que en mi adolescencia tenía una contención moral que me permitía actuar conforme a los valores en los que me habían formado en casa, a pesar de las presiones sociales que enfrentaba. Estos valores me acompañan desde que fui niño hasta el día de hoy, porque mis padres me educaron para amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi mente y a mi prójimo como me amo a mí mismo.
Sin embargo, la formación espiritual tiene peso solo cuando la enseñanza que damos a nuestros hijos se refleja primero en nuestra conducta como padres. De lo contrario, podríamos provocar rechazo en nuestros hijos por las cosas espirituales, si ellos observan que vamos a la Iglesia pero al llegar a casa vivimos contrario a los valores que profesamos tener. O bien, cuando imponemos una vida de ritos, pero en casa no hay vida, paz, esperanza o confianza en Dios.
La vida espiritual tiene como fundamento el amor, por lo tanto, si como padres somos ejemplo de gozo, paciencia, bondad y misericordia, estamos siendo congruentes con nuestra fe.
Formar espiritualmente a nuestros hijos, es enseñar un estilo de vida, y esto se inspira y se modela. Con el tiempo nuestros hijos seguirán nuestros pasos y llegará el momento en que decidirán por la fe de sus padres, y esto depende del ejemplo que les demos.
Algunos de nosotros quizás hemos enfrentado la decepción por el mal ejemplo de algunos líderes espirituales que tenían el deber de guiarnos, y en lugar de eso, nos lastimaron. Sin embargo, esto no debe ser un pretexto para alejarnos de Dios. En esos momentos debemos proteger a nuestros hijos para que no desarrollen un espíritu de apatía contra los valores espirituales por los malos ejemplos que observan. Contra viento y marea debemos ser constantes en buscar a Dios en todo tiempo.
No convierta la vida espiritual en algo ritual o simplemente religioso. La vida espiritual es una forma de ser y se expresa en todo momento y lugar. Por eso nuestros hijos observan en silencio cómo nos comportamos a la hora de hacer negocios, cómo nos relacionamos como esposos, cómo hablamos en casa y cómo somos cuando estamos en la intimidad de los amigos y la familia. Sin darnos cuenta, nuestros hijos llegan a hablan y actúan como lo hacemos nosotros.
La vida espiritual la refleja la forma en que hablamos cuando vamos con la familia de paseo, cuando resolvemos las diferencias, encaramos las crisis personales y cuando nos ven dar gracias a Dios. Inspiramos a nuestra familia a tener una fuerte relación con Dios cuando lo convertimos en el centro de nuestras vidas y de nuestro hogar.
El amor a Dios no se impone, se modela, se inspira y se transmite de padres a hijos cuando es parte de una experiencia cotidiana. No significa perfección, o apariencia, significa una relación que transmite vida, alegría, gratitud, paz, esperanza, ilusión y fe.
Algunos de los beneficios de poner a Dios como el centro de la familia son:
· Ponemos el fundamente ético y moral que guía a la familia.
· Transmitimos fe y esperanza a nuestros hijos.
· Enseñamos a nuestros hijos a confiar en Dios.
· Creamos una costumbre que nunca se olvida.
· Nos une como familia.
· Sabemos acudir a Dios en medio de la crisis.
· Es una contención para la familia en los momentos cruciales.
· Nos enseña a dialogar como familia y a escucharnos unos a otros.
· Nos muestra el camino al éxito duradero.
· Nos enseña a disculpar el error y a pedir perdón cuando nos equivocamos.
Nuestros hijos necesitan que como familia tengamos una vida espiritual fuerte, constante, auténtica y llena de ilusión y alegría. Porque ellos necesitan tener fe, esperanza y ánimo para encarar la vida por ellos mismos.
* Sixto Porras. Director Regional de Enfoque a la Familia. Autor de los libros: «Amor, Sexo y Noviazgo», «De Regreso a Casa», y «El Lenguaje del Perdón». Coautor de: «Traigamos a los pródigos de regreso al hogar» y «Meditaciones en Familia». Esposo de Helen, y padre de Daniel y Esteban. Su pasión es ayudar a las familias a mejorar.