2023-07-10 | Consejos para transitar estas vacaciones y más
Por Marisol Rojo López
Vemos niños por todas partes, y más en estas fechas de vacaciones de la escuela. Están en las plazas comerciales, restaurantes, en el supermercado, en los cafés y hasta en los trabajos. Esto implica ruido, gritos, lágrimas y muchos berrinches. No me parecen extrañas estas actitudes, ya que los niños son personas que están en un proceso de asimilar sus emociones, maduración de su cerebro y entender todo lo que pasa alrededor.
Lo que parece un poco loco son las mamás histéricas gritando, amenazando y dando pellizcos o nalgadas para controlar a sus hijos.
¿Alguna vez has estado así? Debo reconocer que, en ocasiones, yo soy una de esas mamás histéricas. Pero doy gracias a Dios por la enseñanza en nuestra iglesia, por mis hermanas en Cristo y los buenos libros cristianos que me han enseñado sobre esta actitud, llevándome a la cruz y haciéndome pensar más en mi Señor.
Así que, quisiera compartirte algunas de las enseñanzas que he recibido.
Tus hijos son tus discípulos.
Un discípulo es la persona que sigue el ejemplo de su maestro, lo imita y aprende de cada situación. Esos son nuestros hijos. Cada situación donde reaccionamos de manera desesperada y amenazante les enseñamos a nuestros niños cómo reaccionar en los conflictos de la vida diaria. Pregúntate: ¿Son tus reacciones iguales a las de Dios contigo? Cuando le gritas enfrente de todos, cuando lo amenazas con que se lo va a llevar la policía o con que nunca lo vas a llevar a pasear, ¿esas son las maneras en las que Dios trata con tu pecado?
Cada pecado de tus hijos es un medio de gracia.
Esta es una idea de Paul Tripp que aparece en su libro La Crianza de los Hijos. Él menciona que cada pecado es una oportunidad para mostrarle a tu hijo el Evangelio. Los niños aprenden desde muy pequeños a hacer berrinches, y a llorar por algo que quieren (o que no quieren). Pero, en la medida que tu hijo crece, tendrás la oportunidad de hablar con él y enseñarle que lo que está haciendo es pecado que va en contra de Dios. Le llamas la atención o disciplinas porque lo amas, pero Dios lo ama aún más.
Quisiera darte un ejemplo. Estás en una plaza y, de repente, tu hijo quiere un dulce o cualquier cosa. Se tira al piso y empieza a hacer un berrinche. Lo normal es amenazarlo, darle una nalgada o agarrarlo y llevártelo llorando. Pero este puede ser un medio de gracia. Puedes tomarlo y llevarlo a un lugar aparte y explicarle que no vas a comprarle lo que quiere (algunos niños entienden a la primera). Si persiste, puedes llevártelo al baño y disciplinarlo, pero no solo hagas eso. Aprovecha para mostrarle el Evangelio. Dile que lo disciplinas porque lo amas. Dile que lo que hizo es pecado. Escúchalo. Ayúdalo a reconocer y crear una conciencia de quién es Dios, cuál es su pecaminosidad, y enséñale sobre el perdón, la gracia y la misericordia. Hazlo también en casa. Aprovecha cada oportunidad. Esto nos ayuda a ver a nuestros hijos con otra perspectiva. Tenemos un llamado sagrado de llevar a nuestros hijos a Cristo. No desaprovechemos nuestras oportunidades.
Sé constante.
Esta es una de las enseñanzas de mi hermana en Cristo, Susi Bixby: «¡Mary, sé constante! Habrá semanas donde te la pasarás disciplinando y hablando con tu hija, pero vale la pena. ¡No te canses!». La inconstancia tiene repercusiones lamentables en nuestros hijos. Los confunde y genera en ellos resentimiento contra nosotros. Al ignorar el pecado de tu hijo, no solo desaprovechas una oportunidad para mostrarle gracia, también estás alimentando el pecado dentro de él.
No amenaces a tus hijos.
La verdad, no sé si en otras culturas también lo hacen, pero las mamás mexicanas somos expertas en amenazar a nuestros hijos. “Y si no te portas bien, no te voy a comprar el juguete”. “Y si no haces (…) no vas a ir”. Así fuimos educadas. Al final, todos sabíamos que no tenían pensado comprarnos eso, o que no importaba lo que hubiésemos hecho en realidad.
Pero piensa en el impacto que esto tiene en la mente de tu hijo: “Mi mamá es una mentirosa”, “Mi mamá ya se desesperó”, “Puedo manipular a mi mamá. De cualquier forma, me lo va a dar”.
Entonces, recuerda: nuestros hijos son nuestros discípulos. Ellos están aprendiendo de nosotros, así como nosotras aprendimos de nuestras mamás.
No corrijas a tus hijos en público por pecados que no corriges en casa.
Dirás: “¡Me acabas de decir que sea constante!”. Sí, pero detrás de esta frase hay una pregunta: ¿Por qué corriges a tus hijos en público y no en casa? Cuando haces esto, estás confundiendo a tus hijos y dándoles mensajes equivocados. Si es un niño mayor, pensará: “A mi mamá solo le importa quedar bien con las personas”. Si es un niño pequeño, crearás confusión en su mente. Él seguirá haciéndolo sin saber en realidad si es bueno o es malo. Estás preparando tus hijos para que sean unos hipócritas.
Observa a tu hijo. Utiliza los medios de gracia en las situaciones sencillas de casa. Enséñales que lo correcto se hace siempre porque Dios nos ve siempre (Stg. 1:8).
Examínate.
Tengo que admitirlo. Estas enseñanzas muchas veces me han mostrado mi pecado y no tanto el de mi hija. Revelan mi falta de paciencia, amor y dominio propio. Tengo que recordar el Evangelio para poder recordárselo a mi hija. Somos incapaces de hacer algo bueno sin la gracia de Dios. Pero, a través del poder del Evangelio, somos capaces de compartir gracia y ver vidas transformadas por su obra. ¡Qué hermoso sería ver las vidas de nuestros propios hijos transformadas, nuestros discípulos (Sal. 139:23-24)!
No tengo que ser esa mamá histérica que veo en la plaza. Tampoco tengo que ser la mamá desesperada en su hogar. Puedo descansar en las verdades del Evangelio, la fuente del poder que me falta.