2017-09-08 | No existe la “suerte” en una relación conyugal sana y duradera.
Sebastián Golluscio*
Según un chiste viejo y malo, la palabra “novio” significa no vio…
Paola no vio que Darío, aquel príncipe encantador que le había robado el corazón, era tremendamente desordenado. Todo lo que Darío tenía de encantador también lo tenía de caótico. Hernán no vio que Victoria, esa rubia esbelta que lo había flechado, era la cocinera menos hábil de toda la galaxia. Él tampoco sabía cocinar, así que al poco tiempo de casados ya tenían enormes problemas económicos por abusar del presupuesto para comida comprada. Karina no vio que Rodrigo, el “amorcito” con quien se había casado, era demasiado apegado a su familia. Sus ojos recién se abrieron cuando Rodrigo le propuso pasar sus primeras vacaciones matrimoniales junto a sus padres, hermanos, abuelos, primos, cuñados, tíos, sobrinos, gatos, tortugas y demás mascotas… Al fin de cuentas, esa era la tradición veraniega en la familia López. ¿Por qué quebrarla? Martín no vio que Julieta, esa doncella de quien estaba perdidamente enamorado, era una tremenda “roncadora”. Recién se percató de sus ronquidos en la luna de miel, de la cual regresó con ojeras por el piso.
¿Conoces alguna historia similar?
Las miradas respecto al matrimonio suelen oscilar, de forma pendular, entre alguno de estos dos polos: el polo idealista o el polo descreído. Los idealistas, como el nombre lo indica, han abrazado ingenuamente un ideal de matrimonio sacado del mejor cuento de hadas. Una relación conyugal en la que todo es color de rosa, en la que no existen los roces ni los desencuentros, que funciona de mil maravillas impulsada únicamente por el viento inagotable del romanticismo. “Fueron felices y comieron perdices…”
En el polo opuesto están los descreídos, aquellos que consideran que el matrimonio es una institución arcaica, obsoleta, y que el amor para toda la vida es sencillamente imposible. Muchos de ellos son ex idealistas que en algún momento experimentaron una gran desilusión afectiva, una fuerte frustración que los llevó a plantearse argumentos como “por intenso que sea el fuego del amor, siempre termina apagándose…”, “las mujeres son todas iguales”, “comprometerse es esclavizante” o “no seré feliz pero tengo marido…”
Claro que entre el idealismo y el escepticismo se encuentra el amor verdadero, realista, maduro, sólido, feliz, ¡y posible…! El gran problema es que a muchas personas jamás les enseñaron en qué consiste este calibre de amor. Cada día más niños, adolescentes y jóvenes crecen sin un modelo sano de familia, sin un papá y una mamá que lograran construir un matrimonio funcional, es decir, sin un ejemplo de verdadero amor.
A muchos se les ha dicho que el éxito es solo cuestión de encontrar a la persona correcta. Les vendieron el famoso mito de la media naranja: “el día que encuentres a tu otra mitad, entonces serás feliz”. Pero el que se casa con esa expectativa tarde o temprano termina frustrado, y lo que es aún peor, demandándole constantemente y enfermizamente a su cónyuge que le brinde nuevas y crecientes dosis de felicidad. Jamás le dijeron que un matrimonio exitoso es solo el resultado de dos personas exitosamente solteras. ¡Si primero no nos sabemos naranjas enteras, ninguna relación afectiva nos funcionará! La palabra soltero significa “completo”, “independiente”. Es imposible construir una relación de interdependencia si primero no somos independientes, si pretendemos que el otro llene nuestro vacío interior o nos satisfaga en todo. Eso no es amar, sino querer. “Te quiero porque me haces bien, porque satisfaces mis necesidades sexuales y afectivas… y el día que no las satisfagas más… ¡ya no te querré!”. Todo termina en la basura.
Vivimos en la era de lo descartable, de las recetas fáciles, mágicas y rápidas. Por eso, otra cosa que nadie te dice del matrimonio es que no existe la “suerte” en una relación conyugal sana y duradera. Muchas personas observan a parejas ya mayores, que llevan 30, 40, 50 o más años felizmente casados, y creen que lograron dicha madurez en el matrimonio solo por un capricho azaroso del destino. “Ellos sí acertaron”, dicen con un tono de envidia. Pero si tuvieran la posibilidad de espiar los entretelones de esas largas décadas de convivencia, descubrirían todo el esfuerzo que la pareja tuvo que hacer para lograr esa solidez. Descubrirían las miles de veces en las que ambos tuvieron que quebrantar su orgullo para lograr un acuerdo, todos los “yo tengo razón” a los que tuvieron que renunciar, el millón de “te pido perdón” y el otro millón de “te perdono” que se dijeron, los incontables actos de servicio mutuo y abnegación, el compromiso cotidiano a morir al “yo” para construir un “nosotros”, el sacrificio… Más que suerte lo que abundó fue el sudor con aroma a verdadero amor.
Podríamos enumerar cientos de cosas que nadie te dice del matrimonio. Que hombres y mujeres piensan distinto, y ahí ya tenemos un gran obstáculo por superar… que a eso se le suma que ambos fueron formados en familias distintas, cada una con su propia idiosincrasia, por lo que suele ocurrir una “colisión de estilos familiares” cuando dos personas se unen en matrimonio… que eso redunda en todo tipo de discrepancias cotidianas que la pareja tendrá que ir consensuando; desde si tienen o no un perro como mascota, hasta cuestiones más profundas como la crianza de los hijos… que amor es mucho más que “mariposas en el estómago”… que más que sentir es hacer… que un matrimonio sano, feliz y duradero requiere entrega mutua y esfuerzo.
Pero de las muchas cosas que se podrían decir del matrimonio, escojo decir la más importante, la que lamentablemente hoy nadie (o casi nadie) te dice: ¡que el matrimonio es maravilloso! Amar de verdad a otra persona, y ser amados de verdad por otra persona, es sin lugar a dudas la experiencia más hermosa y sanadora de la vida. Más allá de lo que los idealistas o los descreídos te hayan dicho, lo cierto es que sí vale la pena comprometerse, sí vale la pena pelear por aquello que en verdad importa. ¡Bendito sea el verdadero amor! ¡Bendito sea el matrimonio!
*Sebastián Golluscio es Licenciado en Teología y Filosofía. Su trabajo está enfocado en la edificación de noviazgos, matrimonios y familias saludables. Hace dieciséis años que está felizmente casado con Valeria y tiene tres hermosos hijos: Ezequiel, Milagros y Victoria.