2017-10-10 | Perdonar nos hace libres de la amargura, el odio y la falta de paz
Sixto Porras*
El perdón, una decisión
Hay dos definiciones de perdón que deben tenerse presente para comprender en qué consiste. El Dr. Archibald Hart señaló: «Perdonar es renunciar al derecho de herirte porque me has herido» y Tony Campbell expresó: «El perdón no es un beneficio que le confiero a otra persona, es una libertad que me doy a mí mismo». Perdonar es renunciar al deseo de venganza por lo que me han hecho, es borrar la lista de las ofensas que hemos recibido. No perdonamos porque la otra persona cambió, perdonamos porque necesitamos eliminar el dolor que llevamos por dentro.
Sin perdón, experimentamos un dolor continuo. Con él, aun cuando los recuerdos sigan en nuestra mente, podremos empezar a mirar hacia delante con esperanza porque el dolor que sentíamos comenzó a desaparecer.
A pesar del gran amor que tenemos por nuestra familia, muchas veces, perdonar es difícil y más difícil cuando aún estoy herido. Tal vez nos han tratado mal o han despreciado nuestro amor y cuidado. Lo cierto es que debemos perdonar incluso cuando la otra persona no se arrepienta o cambie de actitud. Por lo general, buscamos excusas como: «Si dejara ese estilo de vida, yo lo perdonaría». No obstante, debemos perdonar a pesar de que no haya evidencia de cambio alguno. Esto no significa que mantengamos una actitud pasiva ante el abuso, la humillación o la agresión. Más bien, si perdonamos elevamos nuestra dignidad, y esta nos permite tener la firmeza necesaria para detener el abuso.
La falta de perdón casi siempre trae consigo aislamiento, amargura, dolor y distanciamiento. Al terminar una conferencia, un ejecutivo con lágrimas en sus ojos dijo: «Hace cinco años mi papá y yo discutimos fuertemente y nos distanciamos. Durante todo este tiempo no nos hemos hablado y tampoco lo he visto. Hace tres años nació mi hija y muchas veces me pregunto si él quisiera conocerla. Mi hija no conoce a su abuelo, ni ha escuchado su voz. Esto es muy duro y no lo soporto más».
El perdón debe darse a pesar de las heridas profundas, los sueños frustrados o las promesas rotas. Sin perdón, no hay posibilidad de reconciliación. Es posible que sea difícil perdonar a alguien que hiere demasiado, pero hacerlo es algo que prepara el camino para reencontrarse.
Solo cuando renunciamos a nuestro derecho de tomar venganza, de señalar y juzgar, hemos perdonado con sinceridad. Todos debemos luchar por alcanzar esta libertad y al hacerlo, aumentamos nuestra capacidad de amar.
Existen personas a las que el perdón se les dificulta en gran medida. El problema es que se resisten a dejar la ofensa en el pasado. Es frecuente que estas personas no puedan reconocer el daño y el desgaste que sufren. La falta de perdón ocasiona que el dolor, el enojo, la frustración y la amargura estén presentes de forma constante; por eso la persona se encuentra atada a esos sentimientos negativos, no es libre y en la medida en que permanezca en esa posición, se deterioran su salud y su vida emocional.
El perdón no es fácil de comprender. Por lo general estamos esperando «sentir el deseo» para otorgarlo. Sin embargo, más allá de sentir, está la decisión de renunciar al derecho que creemos tener de vengarnos por lo que nos han hecho. Es optar por ser libres de los sentimientos que se quedaron atrapados en el pasado.
No obstante, a pesar de todos los beneficios que reconocemos en el perdón, además de que no es fácil de comprender, tampoco es fácil de otorgar. Se requiere voluntad, decisión y perseverancia para sostenerlo en el tiempo. El perdón es un proceso, y la señal más contundente de que este proceso ha dado su fruto se hará evidente cuando un día nos sorprendan los recuerdos de lo ocurrido y ya no experimentemos dolor.
Sin lugar a dudas, ante una ofensa, el perdón es la única forma de experimentar libertad y sanar el dolor que nos esclaviza a otra persona. Por otro lado, es lo único que posibilita restablecer la relación. El perdón es la única forma de ser libre de la amargura y del deseo de venganza.
Los caminos de la comunicación
Todos, a pesar del amor que nos tengamos, vamos a lastimar a las demás personas y principalmente, a nuestra familia. Esto independientemente de cuánto amor o cuánta estima exista entre nosotros. ¿Por qué? Porque no somos perfectos y porque, en ocasiones, nos lanzamos a expresar lo que pensamos y sentimos sin considerar las consecuencias. Este dolor, sufrido a causa de que nos lastimaron, es uno de los más profundos que existen porque no esperamos que aquellos que conforman nuestro círculo íntimo, en quienes confiamos, nos hieran.
Lo cierto es que, debido a la cercanía y la confianza, podemos lastimar de dos maneras: involuntaria, donde solo el que se sintió ofendido lo percibió de esa manera, como por ejemplo, cuando la otra persona se siente ignorada, no comprendida o no escuchada, subestimada o cuando no respondemos en la forma que ella espera. O bien, lastimamos intencionalmente. ¿Cómo lo hacemos? Levantamos la voz, con un gesto grosero, rechazamos, menospreciamos, humillamos u ofendemos.
Por otro lado, incluso si deseamos pedir perdón y nos mostramos arrepentidos por las heridas que causamos en el otro, puede que ese perdón, esa disculpa, no sea bien recibida. ¿Por qué? Porque cada uno de nosotros pide o espera el perdón de maneras diferentes. Así como expresamos amor de una manera particular, todos nos disculpamos a nuestra manera.
Debemos aprender a escuchar para procurar comprender lo que nos están diciendo, y así distinguir cómo le agrada a la otra persona que le expresemos nuestro arrepentimiento. Porque todos nos equivocamos, pero debemos saber expresar disculpas en el lenguaje que el otro pueda interpretarlas correctamente.
Tenemos que superar esos obstáculos pues, cuando la otra persona está herida, es una expresión de amor procurar su salud emocional. Para esto, debemos pedir perdón con humildad.
*Sixto Porras. Director Regional de Enfoque a la Familia. Autor de los libros: «Amor, Sexo y Noviazgo», «De Regreso a Casa», y «El Lenguaje del Perdón». Coautor de: «Traigamos a los pródigos de regreso al hogar» y «Meditaciones en Familia». Esposo de Helen, y padre de Daniel y Esteban. Su pasión es ayudar a las familias a mejorar.