2017-10-24 | El proceso por el cual debemos pasar para perdonar genuinamente
Sixto Porras*
Si la persona no logra perdonar, hace que el enojo y la ira crezcan. Si no logramos canalizar el enojo, podría llegar la amargura y esta puede llevarnos a reacciones violentas, pues la amargura está alimentada por el deseo de que se haga justicia. Cuando sentimos que no se hace justicia, vamos a procurar vengarnos porque estamos ofendidos.
Todo esto se evitaría si estableciéramos una relación que nos permitiera expresar lo que sentimos, y que la otra persona asumiera su responsabilidad y se disculpara.
Muchas veces, en el matrimonio, las peleas surgen no necesariamente por las diferencias entre ambos, sino porque no han sido capaces de cerrar las heridas disculpándose y pidiendo perdón como corresponde. Esto hace que ambos estén reaccionando con enojo. En ocasiones, he escuchado a las esposas decir: «Me subestima, me humilla y, luego, quiere que sea cariñosa con él». Ellos han dicho: «Ella me trata como si fuera un niño y quiere controlar todo lo que hago. No quiero tener una mamá en casa». Cuando no detenemos este tipo de trato, la herida crece y lo que hacemos es reaccionar erróneamente. Ambos están lastimados, enojados y están errando en el trato con el otro. Al no reconocer que están lastimando a su cónyuge, no piden perdón.
Todo se resolvería si valientemente piden perdón el uno al otro y determinaran tratarse con respeto y consideración, desechando las formas en que expresan disgusto y haciendo a un lado castigar a los demás con el silencio, la indiferencia y la distancia. Toda relación se torna saludable y crece cuando ambos están dispuestos a disculparse.
El perdón es sincero cuando admite la responsabilidad de su comportamiento y trata de restituir la falta cometida. Esto requiere humildad y madurez. Pedir perdón tiene el poder de sanar heridas y nos quita un peso de encima.
En toda relación saludable vamos a procurar disculparnos porque apreciamos el amor que nos une y no deseamos estar distantes. Las relaciones fuertes se caracterizan por la disposición a disculparnos y a perdonar.
El proceso del perdón
Para que surja el perdón y se restaure la relación, las partes involucradas deben poner de su parte; tanto el ofensor, demostrando una actitud de arrepentimiento; como el ofendido, mostrando paciencia y tolerancia.
En ocasiones, debemos disculparnos a pesar de que no creamos que hemos lastimado, o bien, que lo que hicimos no es tan grave.
Expresemos arrepentimiento
Arrepentimiento es experimentar un cambio de actitud y un cambio de conducta. Es cambiar nuestro estilo de vida porque tenemos conciencia de que no estuvo bien lo que hicimos o dijimos.
El arrepentimiento se demuestra con obras que evidencian ese cambio. No es una emoción, pues pocos sienten arrepentirse por lo que hicieron, es una acción que evidencia madurez. Una persona arrepentida admite que falló y corrige su conducta.
Aceptemos la responsabilidad
Para experimentar un verdadero arrepentimiento, debemos examinar nuestra actitud y reconocer el daño provocado. Debemos hacer una evaluación honesta de lo ocurrido y asumir la responsabilidad. «Soy responsable por lo que hice». Eliminemos las excusas y asumamos una actitud honesta con nosotros mismos y con el otro.
Otorguemos perdón
Perdonar es liberar a una persona de una deuda, una obligación o un castigo. Es quitar la responsabilidad sobre los hombros de las demás personas y renunciar al deseo de venganza.
Una de las razones por las cuales no deseamos perdonar, es porque no queremos que la otra persona quede sin un castigo, y sentimos que si perdonamos, no se hace justicia. Pero la venganza no tiene el efecto sanador que posee el perdón sobre las emociones. Perdonar es renunciar al deseo de venganza, por eso, duele perdonar. La única manera de sanar la herida es perdonar.
El no perdonar produce amargura, pero el fruto del perdón es la paz. Si insistimos en castigar a la otra persona, no encontraremos paz. La amargura se aferra a la ofensa, pero el perdón la libera. La amargura se manifiesta con ataques de ira, un sentimiento de molestia constante, problemas de sueño, depresión, aislamiento, y aumento de la presión arterial. Pero la paz nos libera de todo eso.
Perdonamos a pesar de que reconocemos que hemos sido heridos y nos duele lo que se nos ha hecho. Esto no significa justificar o negar lo que ocurrió, es precisamente porque estamos heridos que debemos recorrer el camino del perdón.
Hemos perdonado y la amargura se ha ido cuando no hablamos mal de la otra persona con los demás, además, deseamos sinceramente que le vaya bien.
El perdón es una actitud, un estilo de vida, porque todos seremos heridos muchas veces, y todos también vamos herir a alguien, pero debemos decidir que nada ni nadie podrá robarnos la paz que merecemos.
El perdón es una decisión, no un sentimiento. Es una decisión personal independientemente de lo que haga o diga el ofensor. Es decidir, destruir la lista de las ofensas antes de que se amargue el corazón. Así, el resentimiento no dominará nuestras actitudes y la amargura no se apoderará de nosotros.
Recorramos el camino del perdón y sostengámoslo en el tiempo. Primero, reconozcamos que estamos heridos, identifiquemos qué es lo que nos lastimó y quién lo hizo. Luego, declaremos que en lugar de odio, resentimiento y deseos de venganza, vamos a liberar de la culpa a esa persona. Esto no significa justificar lo malo que se hizo, es dejar sin efecto el daño que se nos causó. Cada vez que venga a nuestra mente lo que sucedió, vamos a desear que le vaya bien y no mal. Luchemos contra el resentimiento hasta controlarlo.
Ante la ofensa debemos enfrentar la circunstancia, establecer límites, perdonar, procurar tener la certeza de que el ofensor ha experimentado un arrepentimiento genuino, pero no vamos a negociar nuestra paz interior por la conducta de otra persona. Debemos perdonar siempre, aunque la relación no se restituya. El objetivo del perdón no necesariamente es la restauración total de la relación, pero sí disminuir el dolor emocional que sentimos. El perdón nos libera del rencor. Perdonamos para ser libres de la amargura y del resentimiento, para recuperar el equilibrio emocional, para no dañarnos más y para no lastimar a los demás.
El perdón es un regalo que me doy a mí mismo.
Restaurando la relación
No siempre se puede restaurar una relación porque no siempre conviene hacerlo. Por ejemplo, una persona herida puede perdonar al ofensor, pero no necesariamente reconciliarse o volver a tener la relación que un día tuvieron. Si ha mediado la agresión o el abuso, más lejos está esa posibilidad.
Sin embargo, la mayoría de las veces, el deseo de reconciliarse es más fuerte que el dolor causado por la acción, y por eso es que pedimos perdón. La familia no está diseñada para vivir distante, tenemos una gran necesidad de estar cerca. Mientras más cercanos seamos, más estaremos inclinados a restaurar la relación.
La reconciliación no puede obligarse o presionarse para que se dé, es una decisión de ambas partes.
El perdón facilita que se genere el espacio para la reconciliación. Pero esto no necesariamente ocurre inmediatamente, es necesario propiciar el tiempo y el espacio para que la otra persona procese sus sentimientos. La reconciliación implica la restauración de la amistad y la confianza, y esto requiere tiempo, voluntad y esfuerzo de ambos.
*Sixto Porras. Director Regional de Enfoque a la Familia. Autor de los libros: «Amor, Sexo y Noviazgo», «De Regreso a Casa», y «El Lenguaje del Perdón». Coautor de: «Traigamos a los pródigos de regreso al hogar» y «Meditaciones en Familia». Esposo de Helen, y padre de Daniel y Esteban. Su pasión es ayudar a las familias a mejorar.